Muchos padres y madres se han sentido frustrados cuando su hijo/a no les hacía caso y no conseguían que se portara bien. Ante estas situaciones, aparece la pregunta del millón: “¿Qué debo hacer cuando mi hijo se porta mal?”. Y es que es muy cierto eso de que los niños no vienen con un manual de instrucciones debajo del brazo y muchas veces necesitamos orientación para saber cómo manejar este tipo de situaciones. Si es tu caso, sigue leyendo para informarte sobre algunas pautas generales sobre cómo gestionar los problemas de comportamiento de tus hijos/as.
¿Qué es portarse mal?
Primero de todo, debemos saber qué significa para ti portarse mal. Aunque la respuesta pueda parecerte evidente, no lo es. Para empezar, lo que para ti puede parecer un comportamiento inaceptable, como por ejemplo tener una rabieta en medio de un restaurante, para otros padres puede que no tenga esa connotación. Por ello, debemos saber que “portarse mal” es un significado que nosotros le hemos dado a una serie de comportamientos que no encajan en lo que consideramos apropiado a la situación.
Es importante también tener en cuenta que cuando nuestros hijos/as se portan “mal”, muchas veces están manifestando que hay alguna necesidad que no tienen cubierta, como pueda ser hambre, sueño, necesidad de atención, dificultad para manejar sus emociones, etc. Preguntarnos “¿Por qué ha hecho o está haciendo esto?” en vez de decirnos “Me está poniendo de los nervios” o “Lo hace para fastidiar”, nos ayudará a manejar la situación de manera más tranquila y eficaz porque será más fácil que sepamos qué necesidad no tiene cubierta y cómo es mejor actuar en dicha situación. Porque no será lo mismo ni nosotros deberemos actuar igual si llora porque tiene sueño, porque nos echa de menos o porque quiere comer una chuchería antes de cenar.
Aspectos importantes a tener en cuenta…
- Toda situación conflictiva, es una situación que podemos aprovechar para enseñarle habilidades que le servirán para la vida.
- Los padres somos el máximo ejemplo a seguir de los niños. No podemos decirle que no tiene que comer nada antes de la cena y que a la vez vea como nosotros nos comamos media barra de pan antes de cenar, porque no lo va a entender.
- Un niño no es un “adulto pequeño”. No tiene las mismas habilidades ni conocimientos para hacer frente a las dificultades. Exigirle cosas que exceden sus habilidades, como por ejemplo pedir a un niño de 5 años estar todo el tiempo tranquilo y sin moverse de la silla cuando vayamos a un restaurante, no nos va a funcionar.
- No debemos centrarnos solo en lo negativo. Enseñarle a destacar y explotar sus fortalezas será mucho más útil y reforzante para él o ella y será más probable que consigamos el efecto esperado.
- Imagina que en tu trabajo solo te dijeran en lo que te equivocas y nunca te dijeran aquello que haces bien. ¿Cómo te sentirías?
- Decirle también “¡Qué contento estoy de que hoy hayas jugado con tu hermana de manera tranquila, dejándole tus juguetes y sin pegarle!” tendrá mejor efecto que decirle: “¡Hoy te has portado muy mal con tu hermana!”
- No decirle “te has portado muy mal”. Que nosotros tengamos claro que nos referimos a cuando se ha puesto a saltar en el sofá en casa de los abuelos, no quiere decir que él o ella sepa a qué hacemos referencia y puede interpretar que es por otro comportamiento distinto. Por eso es muy importante especificar al máximo que podamos el comportamiento. En este caso podemos decirle: “En el sofá tenemos que estar sentados porque si no, puede romperse”.
- Aplicar las consecuencias justo después de que haya ocurrido el comportamiento que queremos cambiar o que queremos reforzar. Así será más fácil que tenga claro a qué nos referimos y que vuelva a repetirlo (si nos ha gustado) o bien no vuelva a hacerlo en el futuro (si es uno que pretendemos eliminar o reducir). Si nos gusta porque ha ayudado a su hermano a vestirse por la mañana, será mejor decírselo justo después de que lo haga, que no por la noche.
- Intentar comprender cómo piensa y se siente (ponernos en su lugar), lo que no significa siempre estar de acuerdo con él/ella. Tu empatía hará que se sienta comprendido/a y respetado/a.
- Hacerle preguntas sobre cómo se siente. Ej.: “Te noto enfadada”, “Parece complicado para ti…”
- Aceptar sus emociones, lo que no significa que sus actos estén justificados. Ej.: “Tienes derecho a estar enfadado, pero no tienes derecho a pegar a tu hermana por sentirte enfadado”.
- Animarlo/a a exteriorizar sus emociones. Ej.: “puedes llorar si te sientes triste”.
- Escucharlo/a tranquilamente, sin juzgar y prestando atención a lo que dice, aceptando sus emociones.
Como poner normas y límites a los niños
Las normas debe ponerlas el adulto, y es muy importante que se decida cuáles van a ser mediante un consenso entre los adultos que educan al niño/a. Si no, verá una fisura de la cual puede intentar aprovecharse (por ejemplo, “voy a pedirle esto a mamá, porque ella siempre me dice que sí”). Otro aspecto importante es que exista constancia en la aplicación de las normas. No podemos aplicarlas un día sí y otro día no, porque se va a liar y no va a saber cómo actuar en cada momento.
Para que las normas sean realmente útiles deben tener una serie de características:
- Claras y sencillas. Si el niño/a es pequeño/a es mejor no dar demasiadas instrucciones porque puede que no las entienda. Cuando son mayores, si alargamos demasiado las normas estaremos sermoneándoles constantemente.
- Coherentes. Las normas no pueden aplicarse de forma arbitraria, es decir se debe de reflexionar sobre ellas, evitando la improvisación. Es importante hacerle entender por qué existen dichas normas (qué sentido tienen). Si le decimos “Esto es así porque lo digo yo”, no va a aprender a tener criterio propio. Hay diferencia entre obedecer por miedo y respetar comprendiendo las consecuencias y asumiendo responsabilidades.
- Descritas con sus consecuencias. Las consecuencias deben definirse de forma clara y concisa para todos, y como ya hemos comentado, deben aplicarse siempre que se cumpla o se incumpla la norma.
- Firmes. Es importante usar un tono firme pero calmado para transmitirle la norma. El tono de voz que utilicemos influye, y no por hablar muy alto o de forma agresiva, se conseguirá más efecto.
- Para todos. Las normas deben ser cumplidas por todos los miembros de la familia para no generar un sentimiento de injusticia o de incomprensión.
- Necesarias y suficientes. Se tienen que seleccionar aquellas normas que consideremos especialmente importantes. Poner un número elevado de normas no garantiza un mejor funcionamiento de la dinámica familiar.
- Adaptadas al grado de maduración de los niños. Hay que tener en cuenta el ritmo de desarrollo del niño/a a la hora de exigirle cosas. Si le pedimos de más, puede aumentar su inseguridad, y si por el contrario se solicita de menos, se favorece la sobreprotección.
Estas pautas generales pueden venirte muy bien para una gestión más eficaz de los comportamientos problemáticos de tus hijos. Si has intentado poner en marcha estas pautas y te sigue resultando muy difícil, primero de todo, no te culpes (¡Recuerda que cada niño/a es un mundo!) y anímate a contactar con nosotros/as. Te ayudaremos a analizar qué es lo que puede estar pasando y te ofreceremos estrategias más concretas para un mejor manejo de la situación.
Aina Fiol Veny
Psicóloga Col. Nº B-02615