Obesidad infantil: Consecuencias psicológicas

Obesidad infantil: Consecuencias psicológicas

La obesidad infantil es un problema de salud que ha ido generando cada vez más interés en los últimos años ya que afecta a millones de niños en todo el mundo y tiene consecuencias muy negativas en los niños que la padecen.

Actualmente no solo se considera a la obesidad como un exceso de peso, ya que además de los riesgos físicos que conlleva, como una mayor probabilidad de problemas cardíacos o diabetes, los niños con obesidad suelen padecer también problemas psicológicos graves. Por ello, los psicólogos infantiles recomendamos realizar un abordaje integral que tenga en cuenta no solo los aspectos físicos, sino también los emocionales, ya que cómo los niños se ven a sí mismos, como manejan sus emociones y cómo interactúan con su entorno son factores claves en el tratamiento de esta condición.

Consecuencias psicológicas de la obesidad infantil

La obesidad infantil suele traer consigo una serie de consecuencias emocionales y sociales que generan mucho malestar en los niños y que se pueden mantener durante muchos años.

Una de las más visibles e inmediatas es la estigmatización y el rechazo social. Todos en algún momento hemos sido testigos o hemos sufrido en nuestras propias carnes el bullying relacionado con el aspecto físico. Muchos niños obesos enfrentan burlas, rechazo o aislamiento por parte de sus compañeros, lo cual suele acentuar otros problemas a nivel emocional, como los que se detallan a continuación.

Estos niños suelen tener una baja autoestima, representada por una imagen negativa de sí mismos por la dificultad de encajar en lo que se considera “normal” en cuanto al aspecto físico. Esto a su vez, puede generar una falta de confianza en sus capacidades, lo que puede también afectar negativamente a otras áreas como el rendimiento en el colegio, la participación en actividades de ocio o las relaciones sociales en general.

También suelen padecer mayor riesgo de desarrollar trastornos emocionales como la ansiedad o la depresión. Muchos experimentan preocupaciones constantes sobre el peso y la comida, o sobre el miedo a ser rechazados, lo cual genera mayor probabilidad de que se sientan tristes e insatisfechos, llegando en algunos casos a aislarse emocionalmente.

Algunas de estas consecuencias pueden ser a su vez detonantes de comportamientos que hacen que el problema se mantenga: sentirse fuera de lugar, ser fuente de burla de sus compañeros o padecer síntomas de ansiedad o tristeza. Todo ello puede hacer que busquen consuelo en la comida para regularse, lo que no hace más que agravar su situación y que se establezca una relación disfuncional con la comida. De hecho, se ha demostrado que los niños con obesidad son más propensos a desarrollar otros trastornos de la conducta alimentaria, como bulimia o anorexia.

El papel de los padres en la alimentación de los hijos

Los hábitos alimentarios se establecen desde la infancia, y los padres desempeñan un rol fundamental en su formación. Los niños aprenden en gran medida a través de la observación, por lo que es crucial que los adultos sean un modelo a seguir. No basta con enseñarles qué alimentos son saludables; es necesario predicar con el ejemplo, ya que los niños imitan lo que ven en casa. Si los padres promueven el consumo de frutas, verduras y comidas equilibradas, será más fácil que sus hijos adquieran estos hábitos de manera natural. En cambio, si ven a sus padres optar regularmente por comida rápida y ultraprocesados, es probable que adopten estos patrones de alimentación.

La disponibilidad de alimentos en el hogar también es importante. Si la casa está llena de comida poco saludable el niño tendrá un acceso limitado a opciones saludables y poco podrá hacer para aprender y mantener unos buenos hábitos.

Otro aspecto esencial es la forma en que los padres enseñan a sus hijos a relacionarse con la comida. Usar la comida como castigo o recompensa puede generar patrones poco saludables. Frases como «si te terminas las verduras, te doy un postre» refuerzan la idea de que ciertos alimentos son indeseables y que hay otros más apetecibles que deben ser ganados. En su lugar, se debe promover una relación neutral y equilibrada con la comida, permitiendo que el niño entienda que todos los alimentos pueden formar parte de su alimentación sin ser utilizados como moneda de cambio.

También es importante el contexto en el que se llevan a cabo las comidas. Comer en familia, sin pantallas ni distracciones y en horarios regulares ayuda a que los niños regulen mejor su alimentación y desarrollen una conexión más consciente con la comida.

El papel de los padres en la alimentación de los hijos

¿Qué hacer si mi hijo tiene obesidad?

El abordaje de la obesidad infantil requiere de empatía, comprensión y estrategias que ayuden a los niños a desarrollar una relación sana con la comida y con su cuerpo. A continuación, se ofrecen algunos conceptos clave fundamentales para abordarla.

  • Reforzar su autoestima: En primer lugar, es fundamental hacerles ver que su valor no depende de su peso. En lugar de centrarse en restricciones o críticas, es más útil destacar sus fortalezas, sus habilidades y todo aquello que los hace únicos más allá de su aspecto físico.
  • Fomentar la integración social: Ayudar al niño a desarrollar habilidades sociales y reforzar su confianza para que pueda relacionarse con otros sin miedo al rechazo o la burla. También será fundamental la intervención por parte del colegio para parar los comportamientos de acoso por parte de los otros niños.
  • Promover una relación sana con la comida: Como se ha comentado en el apartado anterior, es importante evitar etiquetar alimentos como «buenos» o «malos» ya que puede generarles culpa o ansiedad al comer. En lugar de eso, enseñarles que todos los alimentos pueden formar parte de una dieta equilibrada si se consumen en su justa medida, siguiendo la pirámide alimentaria en la cual se indican los diferentes tipos de alimentos y las proporciones recomendadas. También es preferible fomentar un ambiente relajado en la mesa y respetar sus señales de hambre y saciedad.
  • Incentivar la actividad física de forma lúdica: Encontrar una actividad que les motive hará que el ejercicio se integre de manera natural en su vida cotidiana y que no sea visto como una imposición u obligación.
  • Hablar con ellos sobre sus emociones: En muchas ocasiones, la comida se convierte en una vía de escape ante emociones desagradables. Por ello, promover la comunicación para que puedan expresar cómo se sienten les ayudará a gestionar mejor sus emociones sin recurrir a la comida como estrategia de regulación emocional.

En definitiva y a diferencia de como se creía antes, no basta con solo reducir el peso, se deben abordar también los aspectos emocionales que estén contribuyendo a que se mantengan dichos hábitos poco saludables. Si la obesidad está afectando significativamente su bienestar emocional, es recomendable acudir a un psicólogo infantil y a un especialista en nutrición para un acompañamiento adecuado y realizar un tratamiento multidisciplinar.

Aina Fiol Veny
Psicóloga Col. Nº B-02615